... ... .... EN LA CARRETERA
Un hombre ha perdido esta noche el tranvía. Está... ... .... ... ... ... ... ... .... .... ... ... .... ... ... un aspecto misterioso... .... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... El hombre mira hacia el puerto y hacia Las Palmas y mira el reloj ... ... ... ... ... ... ... ... .... .... .... ... ... .... .... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... No bebieron .... ... ... ....
.... ... ... El hombre se refugia en el quicio de una puerta. Tiene miedo. ... ... ... .... .... ... .... .... ... ... ... ... ... .... .... .... .... ....
... .... ... ... En el silencio nocturno suena una voz temblorosa, miedosa... .... .... .... .... .... .... .... .... .... .... .... .... .. .. del fondo de la carretera del puerto surgen dos luces... ... ... ... ... .... ... ... .... .... .... .... ... ... .... ..... ..... ..... .. ... .. .... .. ........ El miedo lo domina totalmente.
.... .... .... ... Pero como tiembla apenas acierta a coordinar su idea.
.... .... .... .... .... «Mucho dinero. Una le doy»... ... ... ... ... ... .... .... .... ... .... .... .... ..... .... ... .... ... ... ... ... .... ... ... .... .... ..... ... .... .... .... .... ..... .... ...
Y entonces se entabla una lucha ... ... .... .... .... .... .... .... .... .... ... hasta que el tranvía salga de nuevo, por la mañana.
Aunque varias personas han intentado ayudarme, todavía no sé ni quién es el autor, ni qué dice el texto completo. Las pistas que tengo son éstas:
1. Disponemos de un retrato del posible autor:
2. Trabajó para los ingleses.
3. Firmaba con pseudónimo.
A medida que tengamos más pistas, se incluirán aquí.
9 comentarios:
hola, si no voy muy desencaminada el autor es Truman Streckfus Persons, cuyo pseudónimo es Truman Capote y la obra " a sangre fría". saludos
El autor del texto es Rafael Romero Quesada, que firmaba con el pseudónimo de Alonso Quesada. Estoy en busca de lo que falta del texto.
Este retrato lo pintó Manolo Millares, y la persona que aparece en él es Rafael Romero Quesada, más conocido como Alonso Quesada.
UN ISLEÑO EN LA CARRETERA
Un hombre ha perdido esta noche el tranvía. Está en medio de
la carretera, con las manos en los bolsillos, y con un aspecto tan
misterioso que parece que acaba de ver o representar una película
policiaca. El hombre mira hacia el Puerto y hacia Las Palmas y
mira un reloj gordo, abultado, de esos que aquí llaman cebollas.
Son las dos de la mañana y el hombre piensa: « ¿Cómo es posible
que yo haya creído que eran las doce?» El hombre estaba hablando
con unos amigos. No bebieron, pero las palabras a veces son
como el vino y embriagan más que una viña entera. El hombre no
puede volver a la casa de sus compañeros; éstos estarán dormidos
ya. Y no se decide tampoco a hacer el viaje a pie. «Y las tartanas
-se pregunta el hombre-, las tartanas rezagadas que siempre nos
encontramos en el camino. ¿dónde están esta noche?»
No hay tartanas. El hombre se refugia en el quicio de una puerta.
Tiene miedo. El ha visto, seguramente, una película terrible, y
como es un insular, sección de ingenuos, ha pensado que la película
puede ser una cosa real, efectiva.
‘El hombre se empieza a angustiar. En el silencio nocturno, suena
su voz temblorosa, miedosa: «iCaray, no va a haber tartanas!
Daría la vida por una tartana.» Pero la tartana no aparece. Y dan
las dos y media.
Y las tres dan. Y entonces allá, del fondo de la carretera del
Puerto surgen dos luces. Las luces de la tartana salvadora. El hombre
calcula que la tartana estará junto a él dentro de tres minutos,
pero este cálculo es erróneo. La tartana avanza lentamente; apenas
se la ve adelantar un poco. Y es que es una tartana industrial.
Una de esas tartanas que traen verduras y frutas hasta el techo y
que salen de sus lugares a las dos para llegar a las ocho al destino.
La tartana pasa junto a nuestro hombre, y nuestro hombre comprende
que no es posible montar en ella. La noche de este hombre
es fatal, kármica. Se acurruca en el quicio de la puerta y solloza. El
miedo le domina totalmente.
Pero media hora después aparecen otras luces. Y estas luces sí
que son las de una tartana desalquilada. El hombre grita: «iTartanero!
., ¿lleva viaje?» Nuestro hombre ha visto que no lleva viaje el
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tartanero. Pero como tiembla, apenas acierta a coordinar su idea.
Este hombre entraría ahora en una tienda de alpargatas y preguntaría:
«¿Tiene alpargatas?»
Lo mismo le ocurre con la tartana. El tartanero está dispuesto a
llevarlo y cuando se halla junto a la tartana recupera su serenidad:
«¿Cuánto me lleva? » «Tres pesetas» «Mucho dinero. Una le doy. »
«Una es poco.» «Pues no le doy más.» «Deme medio duro y estamos
en paz.» «No, no le doy más que una peseta...»
Como el tartancro no se aviene, el hombre se separa de la tartana.
Y entonces se entabla una lucha tremenda en el alma de
.nuestro hombre. Pero como nuestro hombre a pesar de su sueño y
su miedo no puede gastarse los cuartos, y es lo que en la ínsula
llaman un gilmero, se vuelve al quicio a esperar otra tartana, y
otra, y otra.. . , hasta que el tranvía salga de nuevo, por la mañana.
Saludos, Débora Lezcano.
El autor es Alonso Quesada, pero ahora, tengo que buscar el manuscrito.
Si no voy bien, confirmamelo porfavor.
Gracias
UN ISLEÑO EN LA CARRETERA
Un hombre ha perdido esta noche el tranvía. Esta en medio de la carretera, con las manos en los bolsillos, y con aspecto tan misterioso que parece que acaba de ver o representar una película policíaca. El hombre mira hacia el puerto y hacia Las Palmas y mira un reloj gordo, abultado, de esos que aquí llaman cebollas. Son las dos de la mañana y el hombre piensa: “¿Cómo es posible que no haya creído que eran las doce?” El hombre estaba hablando con unos amigos. No bebieron, pero las palabras a veces son como el vino y embriagan más que una viña entera. El hombre no puede volver a la casa de sus compañeros; estos estarán dormidos ya. Y no se decide tampoco a hacer el viaje a pie. “¿Y las tartanas – se pregunta el hombre- las tartanas rezagadas que siempre nos encontramos en el camino, donde están esta noche?”
No hay tartanas. El hombre se refugia en el quicio de una puerta. Tiene miedo. El ha visto, seguramente, una película terrible, y como es un insular, sección de ingenuos, ha pensado que la película puede ser una cosa real, efectiva.
El hombre se empieza a angustiar. En el silencio nocturno, suena su voz temblorosa, miedosa: “¡Caray, no va haber tartanas! Daría la vida por una tartana.” Pero la tartana no aparece. Y dan las dos y medias.
Y las tres dan. Y entonces allá, el fondo de la carretera del puerto surgen dos luces. Las luces de la tartana salvadora. El hombre calcula que la tartana estará junto al dentro de tres minutos, pero este cálculo es erróneo. La tartana avanza lentamente; apenas se la ve adelantar un poco. Y es que una tartana industrial. Una de las tartanas que traen verduras y frutas hasta el techo y que salen de sus lugares a las dos para llegar a las ocho al destino. La tartana pasa junto a nuestro hombre, y nuestro hombre comprende que no es posible montar en ella. La noche de este hombre es fatal, karmita. Se acurruca en el quicio de la puerta y solloza. El miedo le domina totalmente.
Pero en media hora después aparecen otras luces. Y estas luces si que son las de una tartana desalquilada. El hombre grita: “¡Tartanero!, ¿llevas viaje?”. Nuestro hombre ha visto que no lleva viaje el tartanero. Pero como tiembla apenas acierta a coordinar su idea. Este hombre entraría ahora en una tienda de alpargatas y preguntaría:” ¿Tiene alpargatas?”
Lo mismo le ocurre con la tartana. El tartajeo esta dispuesto a llevarlo y cuando se halla junto a la tartana recupera su serenidad:” ¿cuanto me lleva?” “tres pesetas”. “Mucho dinero. Una le doy”. “Una es poco”. “Pues no le doy mas”. “Déme. medio duro y estamos en paz”. “No , no le doy mas que una peseta…”
Como el tartanero no se aviene, el hombre se separa de la tartana. Y entonces se entabla una lucha tremenda en el alma de nuestro hombre. Pero como nuestro hombre a pesar de su sueño y su miedo no puede gastarse los cuartos, y es lo que en la ínsula llaman un gilmero, se vuelve al quicio a esperar otra tartana, y otra, y otra…,hasta que el tranvía salga de nuevo, por la mañana.
UN ISLEÑO EN LA CARRETERA
Un hombre ha perdido esta noche el tranvía. Esta en medio de la carretera, con las manos en los bolsillos, y con aspecto tan misterioso que parece que acaba de ver o representar una película policíaca. El hombre mira hacia el puerto y hacia Las Palmas y mira un reloj gordo, abultado, de esos que aquí llaman cebollas. Son las dos de la mañana y el hombre piensa: “¿Cómo es posible que no haya creído que eran las doce?” El hombre estaba hablando con unos amigos. No bebieron, pero las palabras a veces son como el vino y embriagan más que una viña entera. El hombre no puede volver a la casa de sus compañeros; estos estarán dormidos ya. Y no se decide tampoco a hacer el viaje a pie. “¿Y las tartanas – se pregunta el hombre- las tartanas rezagadas que siempre nos encontramos en el camino, donde están esta noche?”
No hay tartanas. El hombre se refugia en el quicio de una puerta. Tiene miedo. El ha visto, seguramente, una película terrible, y como es un insular, sección de ingenuos, ha pensado que la película puede ser una cosa real, efectiva.
El hombre se empieza a angustiar. En el silencio nocturno, suena su voz temblorosa, miedosa: “¡Caray, no va haber tartanas! Daría la vida por una tartana.” Pero la tartana no aparece. Y dan las dos y medias.
Y las tres dan. Y entonces allá, el fondo de la carretera del puerto surgen dos luces. Las luces de la tartana salvadora. El hombre calcula que la tartana estará junto al dentro de tres minutos, pero este cálculo es erróneo. La tartana avanza lentamente; apenas se la ve adelantar un poco. Y es que una tartana industrial. Una de las tartanas que traen verduras y frutas hasta el techo y que salen de sus lugares a las dos para llegar a las ocho al destino. La tartana pasa junto a nuestro hombre, y nuestro hombre comprende que no es posible montar en ella. La noche de este hombre es fatal, karmita. Se acurruca en el quicio de la puerta y solloza. El miedo le domina totalmente.
Pero en media hora después aparecen otras luces. Y estas luces si que son las de una tartana desalquilada. El hombre grita: “¡Tartanero!, ¿llevas viaje?”. Nuestro hombre ha visto que no lleva viaje el tartanero. Pero como tiembla apenas acierta a coordinar su idea. Este hombre entraría ahora en una tienda de alpargatas y preguntaría:” ¿Tiene alpargatas?”
Lo mismo le ocurre con la tartana. El tartajeo esta dispuesto a llevarlo y cuando se halla junto a la tartana recupera su serenidad:” ¿cuanto me lleva?” “tres pesetas”. “Mucho dinero. Una le doy”. “Una es poco”. “Pues no le doy mas”. “Déme. medio duro y estamos en paz”. “No , no le doy mas que una peseta…”
Como el tartanero no se aviene, el hombre se separa de la tartana. Y entonces se entabla una lucha tremenda en el alma de nuestro hombre. Pero como nuestro hombre a pesar de su sueño y su miedo no puede gastarse los cuartos, y es lo que en la ínsula llaman un gilmero, se vuelve al quicio a esperar otra tartana, y otra, y otra…,hasta que el tranvía salga de nuevo, por la mañana.
SACADO DEL LIBRO:ALONSO QUESADA. OBRAS COMPLETAS.PROSA TOMO IV "CRONICAS DE LA CIUDAD Y DE LA NOCHE NUEVAS CRONICAS" EDITORIAL: EDICIONES DEL EXCMO.CABILDO INSULAR DE GRAN CANARIA 1975
hola Oswaldo, quería rectificar mi respuesta anterior....... creo que el autor de este enigma es Uriel Quesada Román " cruz de olvido"
un saludo, gracias
Autor: Alonso Quesada
TOTAL DE CRÓNICAS. CLÁSICOS CANARIOS.
UN ISLEÑO EN LA CARRETERA
Un hombre ha perdido esta noche el tranvía. Está en medio de la carretera con las manos en los bolsillos, y con un aspecto misterioso que parece que acaba de ver o representar una película policiaca. El hombre mira hacia el puerto y hacia Las Palmas y mira el reloj grodo, abultado, de esos que aquí llaman cebollas. Son las dos de la mañana y el hombre piensa: “¿cómo es posible que yo haya creído que eran las doce?” El hombre estaba hablando con unos amigos. No bebieron, pero las palabras a veces son como el vino y embriagan más que una viña entera. El hombre no puede volver a la casa de sus compañeros; éstos estaran dormidos ya.Y no se decide tampoco a hacer el viaje a pie. “ ¿ Y las tartanas – se pregunta el hombre-, las tartanas rezagadas que siempre nos encontramos en el camino, dónde están esta noche?”.
No hay tartanas. El hombre se refugia en el quicio de una puerta. Tiene miedo. Él ha visto, seguramente, una película terrible, y como es un insular, sección de ingenuos, ha pensado que la película puede ser una cosa real, efectiva.
El hombre se empieza a angutiar. En el silencio nocturno suena una voz temblorosa, miedosa: “ ¡ Caray, no va a haber tartanas! Daría la vida por una tartana” Pero la tartana no aparece. Y dan las dos y media.
Y las tres dan. Y entonces allá, del fondo de la carretera del puerto surgen dos luces . .Las luces de la tartana salvadora. El hombre calcula que la tartana estará junto a él dentro de tres minutos, pero este calculo es erróneo. La tartana avanza lentamente; apenas se la ve adelantar un poco. Y es que es una tartana industrial. Una de esas tartanas que traen verduras y frutas hasta el techo y que salen de sus lugares a las dos para llegar a las ocho al destino. La tartana pasa junto a nuestro hombre, y nuestro hombre comprende que no es posible montar en ella. La noche de este hombre es fatal, kármica. Se acurruca en el quicio de la puerta y solloza. El miedo lo domina totalmente.
Pero media hora después aparencen otras luces. Y estas luces sí que son las de una tartana desalquilada. El hombre grita “¡ Tartanero!, ¿lleva viaje?” . Nuestro hombre ha visto que no lleva viaje el tartanero. Pero como tiembla apenas acierta a coordinar su idea. Este hombre entraría ahora en una tienda de alpargatas y preguntaría “ ¿ tiene alpargartas?”.
Lo mismo le ocurre con la tartana. El tartanero está dispuesto a llevarlo y cuanto se halla junto a la tartana recupera su serenidad: “ ¿ Cuánto me lleva.?” “ tres pesetas”. «Mucho dinero. Una le doy». “ Una es poco”. “ Pues no le doy más”. “ Deme medio duro y estamos en paz”. “ No, no le doy más que una peseta...”
Como el tartanero no se aviene, el hombre se separa de la tartana. Y entonces se entabla una lucha tremenda en el alma de nuestro hombre. Pero como nuestro hombre a pesar de su sueño y su miedo no puede gastarse los cuartos, y es lo que en la ínsula llaman un gilmero, se vuelve al quicio a esperar otra tartana, y otra, y otra... hasta que el tranvía salga de nuevo, por la mañana.
Hola Oswaldo,
después de una búsqueda exhaustiva por la obra completa de Quesada, al fin creo haber encontrado lo que buscaba:
UN ISLEÑO EN LA CARRETERA
Un hombre ha perdido esta noche el tranvía. Está en medio de la carretera, con las manos en los bolsillos, y con un aspecto tan misterioso que parece que acaba de ver o representar una película policíaca. El hombre mira hacia el puerto y hacia Las Palmas y mira el reloj gordo, abultado, de esos que aquí llaman cebollas. Son las dos de la mañana y el hombre piensa: "¿Cómo es posible que yo haya creído que eran las doce?" El hombre estaba hablando con unos amigos. No bebieron, pero las palabras a veces son como el vino y embriagan más que una viña entera. El hombre no puede volver a la casa de sus compañeros; éstos estarán dormidos ya. Y no se decide tampoco a hacer el viaje a pie. "Y las tartanas -se pregunta el hombre-, las tartanas rezagadas que siempre nos encontramos en el camino ¿dónde están esta noche?"
No hay tartanas. El hombre se refugia en el quicio de una puerta. Tiene miedo. El ha visto, seguramente, una película terrible, y como es un insular, sección de ingenuos, ha pensado que la película puede ser una cosa real, efectiva.
El hombre se empieza a angustiar. En el silencio nocturno suena una voz temblorosa, miedosa: "¡Caray, no va a haber tartanas! Daría la vida por una tartana." Pero la tartana no aparece. Y dan las dos y media.
Y las tres dan. Y entonces allá, del fondo de la carretera del puerto surgen dos luces. Las luces de la tartana salvadora. El hombre calcula que la tartana estará junto a él dentro de tres minutos, pero este cálculo es erróneo. La tartana avanza lentamente; apenas se la ve adelantar un poco. Y es que es una tartana industrial. Una de esas tartanas que traen verduras y frutas hasta el techo y que salen de sus lugares a las dos para llegar a las ocho al destino. La tartana pasa junto a nuestro hombre, y nuestro hombre comprende que no es posible montar en ella. La noche de este hombre es fatal, kármica. Se acurruca en el quicio de la puerta y solloza. El miedo le domina totalmente.
Pero media hora después aparecen otras luces. Y estas luces sí que son las de una tartana desalquilada. El hombre grita: "¡Tartanero!, ¿lleva viaje?" Nuestro hombre ha visto que no lleva viaje el tartanero. Pero como tiembla apenas acierta a coordinar su idea. Este hombre entraría ahora en una tienda de alpargatas y preguntaría: "¿Tiene alpargatas?"
Lo mismo le ocurre con la tartana. El tartanero está dispuesto a llevarlo y cuando se halla junto a la tartana recupera su serenidad: "¿Cuánto me lleva?" "Tres pesetas." «Mucho dinero. Una le doy» "Una es poco." "Pues no le doy más." "Deme medio duro y estamos en paz." "No, no le doy más que una peseta..."
Como el tartanero no se aviene, el hombre se separa de la tartana. Y entonces se entabla una lucha tremenda en el alma de nuestro hombre. Pero como nuestro hombre a pesar de su sueño y su miedo no puede gastarse los cuartos, y es lo que en la ínsula llaman un gilmero, se vuelve al quicio a esperar otra tartana, y otra, y otra..., hasta que el tranvía salga de nuevo, por la mañana.
ALONSO QUESADA. OBRA COMPLETA. TOMO 4. PROSA
Pilar 1ºI
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